Larry Mangino
01/04/2025 - 15/06/2025
Centro Andaluz de la Fotografía. Sala Jorge Rueda. Calle Pintor Díaz Molina, s/n. 04003-Almería
Horario general (1 de octubre - 31 de mayo): de martes a domingo, de 10:00 a 14:00 y de 17:30 a 20:30.
Agencia Andaluza de Instituciones Culturales
Centro Andaluz de la Fotografía.
Si en las salas Imagina y Afal, Eduardo Nave certifica la oxidación y el naufragio de las vallas publicitarias, con sus solitarias y melancólicas osamentas huérfanas de anuncios entregadas a la corrosión y la herrumbre por un sistema publicitario que ha abandonado la materialidad, la impresión del cartel y el vinilo para licuarse a sí mismo filtrando su invocación al consumo a través de la omnipresencia portátil de las pantallas digitales, he aquí, en la sala Jorge Rueda, el último bastión de la “era de la valla” todavía resistente y firmemente clavado a tierra. Como el símbolo del esplendor y la muerte del gran spot de carretera, el último de Filipinas tenía que ser un toro, precisamente.
El toro que el dibujante andaluz Manuel Prieto (1912 – 1991) concibió en la España de 1956 para simbolizar los valores del brandy Veterano, reina sobre el pleistoceno publicitario de la capa de oporto Sandeman y la botella de Tío Pepe. Hasta 1960, las primeras 500 vallas que inundaron las lomas paralelas a las carreteras fueron de madera y alzaban los cuernos -inicialmente blancos- hasta los 4 metros de altura. Pero a partir de 1961, comprobado que la madera no resistía las embestidas climáticas, el toro se hizo fuerte, se solidificó sobre chapa metálica, perdió la debilidad inicial de la blanca cornamenta y se alzó, teutónico, dominando el horizonte hasta 7 metros en alto. Cuando, un año después, en 1962, el Estado obligó a instalar las vallas a no menos de 20 metros del trazado de las carreteras, el toro se replegó, sí, pero solo para hacerse aún más gigante y más vistoso desde su retaguardia vigilante: a partir de ahora mediría 14 metros.
Aplastante símbolo gráfico del desarrollismo en la España del Seat 600, aquél toro de Manolo Prieto dejó de ser un “mero anuncio” para convertirse en la cristalización publicitaria de la antigua leyenda de la “piel de toro” española: una gigantografía que hoy, en la era evanescente y micro, contemplamos como una anomalía. O una extravagante antigualla de museo.
Lo que son, pues cuando en 1988 el Estado decidió neutralizar todas las vallas visibles desde una carretera, una oleada de protestas reclamó indultar a un toro que en solo 30 años había ingresado en el imaginario colectivo como una metáfora estética de una cierta idea de la españolidad. Y así, en 1997, el Tribunal Supremo dictaminó al fin que aquellas vallas de Manolo Prieto se habían integrado tanto en el paisaje -lo habían construido tanto y cargado de sentido, como bien puede apreciarse en el trabajo de Eduardo Nave- que su ausencia era inconcebible, pues aquellas vallas eran la prueba gráfica de que el país era una piel (metálica) de toro, ciertamente.
Siendo fotoperiodista en El Mundo, Larry Mangino (Arizona, 1956), volviendo a Madrid desde Badajoz, lo fotografió por primera vez a través de la ventanilla de un tren en 1993. Rendido a la magnificencia y el folclorismo icónico de la valla, empleó los fines de semana de los siguientes 3 años rodando en su moto de gran cilindrada por España buscando toros para alimentar su cámara. Con los 30 que escogió entre los más de 100 carretes que disparó, hizo una expo y un libro.
La colección está depositada en el Centro Andaluz de la Fotografía y ahora una selección de ella, que sintetiza la mirada variada de Mangino sobre una valla que él radiografía tanto como geométrica y conceptual estructura visual -que es lo que es, en sí misma- como huella humana irrumpiendo como un vigía totémico que nunca descansa alzándose sobre un paisaje que lo mismo puede ser urbano que coronar la loma reseca de algún paraje remotamente extraterrestre.
Excepción nacional a la “poética de la desaparición” con la que Gilles Lipovestky compara esos restos del naufragio de una civilización extinguida que son las vallas publicitarias, los toros de Manolo Prieto, que Larry Mangino fotografió imaginando que eran como los molinos del Quijote, siguen afirmando su identidad contumaz. Esa que el paso del tiempo también ha cambiado. ¿O no tanto?
Certificado de olvido o de memoria. Prueba de residuo, evidencia de un puro resto arqueológico o símbolo de una identidad que nos sobrevive y permanece, las imágenes documentales de Larry Mangino, como siempre ocurre en la fotografía, complementan y se contraponen con las de Eduardo Nave sin aclarar del todo su sentido.